martes, 15 de septiembre de 2009

Lecturas

Un montón de páginas engullidas queda en tu débil memoria. Cóncavo rincón donde se imprimen tus lecturas. Ahí, nombres de autores, de héroes, olores y glorias, fugaces pretextos que avanzan historias e historias; se escriben entremezclando tus recuerdos. Recuerdos que renunciaron a ser comentados, recuerdos sin conclusiones, sin charlas ni madrugadas en cafés o tabaco que carraspeasen las voces, sin voces, sin compañía. Lecturas en solitario, recuerdos sin confidencia.

Algunos autores sueltos bordean tu encuentro cuando todavía repites una sensación plagiada de no sabes qué epígrafe, de no sabes qué género o seudónimo; bordean esa cabeza que es cada vez menos la tuya.
Y así también las líneas que fueron rellenando solitarios, reescribiéndose mientras intentaban huir, conjugando, inventándose una realidad dividida en capítulos, sangrías y pequeños finales casi siempre no felices. Se instalaron ahí, multiplicando códices legibles sólo a la segunda lectura. Y así hasta el alma.

Algunos prefieren escribir su vida, otros no tienen más remedio que coleccionar  fragmentos y teorías, señales flamígeras, ecos permanentes, eternidades ajenas no deseadas.

Ahora no puedes sino dar vuelta a la página como a algún pretexto, barajando el momento del único mazo que te es dado. El de la incontable experiencia no vivida.
No insistes, ni persistes. No es necesaria la diferencia, el bisturí la define. La realidad está escrita; la ficción de la poesía, el ensayo de una infancia, el cuento arrebato adolescente, el periodismo... tu delgada identidad.
Márgenes no hay, ni corduras que dicten este nuevo lenguaje tuyo, recortado de estilos dispares. Sólo las tipografías cosquilleando desde dentro, la insospechable fragancia de tu persona a punto de ser revelada.

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