domingo, 20 de septiembre de 2009

Gorostiza

PAUSA II


No canta el grillo. Ritma
la música
de una estrella.


Mide
las pausas luminosas
con su reloj de arena


Traza
sus orbitas de oro
en la desolación etérea


La buena gente piensa
-sin embargo-
que canta una cajita
de música en la hierba.


                        José Gorostiza

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Paul Valery

El final del día es mujer.

martes, 15 de septiembre de 2009

Lecturas

Un montón de páginas engullidas queda en tu débil memoria. Cóncavo rincón donde se imprimen tus lecturas. Ahí, nombres de autores, de héroes, olores y glorias, fugaces pretextos que avanzan historias e historias; se escriben entremezclando tus recuerdos. Recuerdos que renunciaron a ser comentados, recuerdos sin conclusiones, sin charlas ni madrugadas en cafés o tabaco que carraspeasen las voces, sin voces, sin compañía. Lecturas en solitario, recuerdos sin confidencia.

Algunos autores sueltos bordean tu encuentro cuando todavía repites una sensación plagiada de no sabes qué epígrafe, de no sabes qué género o seudónimo; bordean esa cabeza que es cada vez menos la tuya.
Y así también las líneas que fueron rellenando solitarios, reescribiéndose mientras intentaban huir, conjugando, inventándose una realidad dividida en capítulos, sangrías y pequeños finales casi siempre no felices. Se instalaron ahí, multiplicando códices legibles sólo a la segunda lectura. Y así hasta el alma.

Algunos prefieren escribir su vida, otros no tienen más remedio que coleccionar  fragmentos y teorías, señales flamígeras, ecos permanentes, eternidades ajenas no deseadas.

Ahora no puedes sino dar vuelta a la página como a algún pretexto, barajando el momento del único mazo que te es dado. El de la incontable experiencia no vivida.
No insistes, ni persistes. No es necesaria la diferencia, el bisturí la define. La realidad está escrita; la ficción de la poesía, el ensayo de una infancia, el cuento arrebato adolescente, el periodismo... tu delgada identidad.
Márgenes no hay, ni corduras que dicten este nuevo lenguaje tuyo, recortado de estilos dispares. Sólo las tipografías cosquilleando desde dentro, la insospechable fragancia de tu persona a punto de ser revelada.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Tormentas de piano

“... cuando ni un centímetro de tu alma
carezca de palabras.”
José Carlos Becerra.


Tu nombre
sonido de escarcha
sino de pez diminuto
revolotea las sombras
en piernas de madre
Tu nombre
línea recta de auxilio
fuga en movimiento acústico
tacto
invulnerable
Péndulo que cifra y enmudece
rompe restos de ruido
en vientos de un tiempo
de eterno extranjero
Sonido tuyo
pertenencia de carne
suicidio abecedario
códice
instinto
índice
cartografía de sueños
en tránsito
                 y exilio.


Pausa
Escurre el horizonte
el pañuelo de la lluvia con su lengua
Baldosa evaporada.




La noche que golpea tormentas de piano
sobre las láminas secas de nuestras manos
ninguna roca y entretanto
el polvo mella
el destino del cacto
la noche que acaricia antiguos escondrijos
huérfanos de movimientos voluntarios
ninguna luna que
dibuje un atajo
o un puente
o un viento de insomnio
que empuje su suerte
la que sepulta campanadas
ningún guarda
ningún sonido de larva
ninguna sombra de espalda
la noche que zigzaguea por las tapias rotas de nuestros tejados
ningún horizonte plegado
ni grito en los ojos
ni ensamble de labios
ni estrella nombrada
la noche de últimos cascos
hiende aún de nubes las pupilas y oculta su brote de plata
La noche
sólo la noche
y ningún clavo
donde colgar su llamado




El Faro pulsa ciego su giro
surca su vuelta una herida de viento
apresa el vacío
rueda palpando
hurta tapia roza lengua
la playa
Cae entretanto
a cuentagotas
su vanidad
Cava un tiempo falso
repite su ausencia
siembra su círculo
deja pasar la oscuridad
Ciego el faro pulsa su giro
De pronto un día
en lo alto
su luz avisa asoma
un instante
destello
Ya!
ciega
como una sílaba que habla
rompe el silencio
chasca
y se esfuma
sin eco
pasa
escapa
urde el pulso y funda
amordaza recuerdos
como una semilla de agua.


Empequeñece el reloj sujeto en un muñón
sin mano
Espiral del tiempo que los días reconoce 
no como un abismo sino con un gemido 
que nace evaporado
Alguien dio cuerda a las venas de su aridez 
para dejarle morir ahogado
No hay dedos que extiendan el último eclipse 
cuando cae el vértigo al vacío impedido 
negado de contornos el labio
No es línea recta el presente
ciclo sin tacto
ni un pulso                   ni un espasmo
No hay para el manco ni un sólo golpe de dados.


Pausa
Se funde el hielo
y un resquicio de frío
filtra
su aleteo de campana.


Escribo Dos y el tiempo inicia el miedo 
al hacer horizontes
con el lápiz
Sabe a sal
a amargo espejo la línea flecha que cruza 
en estela tu silueta
Su filo apunta y rasga
abre postigos puertas labios
carne curvas vectores sangre
y canta un vuelo eléctrico en cada latido de imagen
Mío Tú
Otra vez Dos
Derramo humo en las ranuras multiplicando un párrafo
bocanadas alineadas
raíces no           ni labios
 letras.
Paralelas ausencias en tránsito.


ÚLTIMO VIAJE
Soñamos a viajes distantes.
Damos al tiempo curvas
y un alfeñique a los espacios
Cruzamos voces
en un cielo sin lunas
y entrelazamos los peces
entre secretos y espasmos
Encallamos con alas de mordaza
y tallamos los ojos con brisa de osario
Sólo el silencio nos basta
y sus brillos
y sus filos
y sus pájaros. 

Tu Boda

I

¿Qué más se puede pedir a un día clavado al temporal?
No es mucho más sutil la conjunción en cada fragmento de minuto, cuando afuera las fieras se dejan amontonar en un zumbido único, acompasadas por la monótona garganta que las lleva a temblar ante el espanto del fracaso.
Yo trago en medio de la combustión. Me levanto de mis zapatos embusteros que aniquilan el camino, y no hay ni un sólo hombre en la tierra.
Se han llevado sus mascotas, sus armarios, sus mujeres recién bañadas y su velo; también han desaparecido los niños, olvidados al silbato de los trenes, al abrazo fácil de otras madres con hijos de menor suerte. 
Todos asistiendo por la calle que baja hacia la iglesia.
Hay una alcantarilla para cada resurrección, una llamada de aeropuerto para cada compromiso, y más de un motivo amordazado en la disolución.
No poseemos deseos consumibles. Los ojos son arpas que nadie atreve a acariciar porque el polvo, porque el oxido moderno; cuerdas en el momento infinito de una ducha que gotean la melodía obtusa del hastío, y canta:
¿dónde estás ahora que ya no puedo buscarte?.
Menos de un una pulgada de eternidad debería ser suficiente; como la crema de afeitar, y la bolera a eso de las 4. El mismo topo sangrando las encías de una mañana atrofiada por el desuso. Nos abrimos como buques ahora más metálicos y con menos balance entre las olas; sin horizontes,
ni quillas que rugan su madera contra un demonio en Cabo de Hornos. Pero nos queda el cereal y los yogures para el deseo, un telediario para el destierro de la nostalgia de antemano suicidada. Nadie se ha detenido en el juego de esas uvas de sangre que no bebo. Porque la muerte se vive mejor en otro domingo de estadio con multitud de veracidades. Sin ti, la mancha del saco no seca al fuego, ni el salón está más iluminado con las velas del cadáver. De éste modo voy siendo sólo un montón de años suspendidos por el tiempo de una misa lejana. La misa que va de tu boda a mi memoria.
Que nadie termine nunca ese sermón. Así seas, dentro del abrazo artificial, de blanco bendita, y nunca más.

II

Un centavo es como un río; y la pregunta se disuelve al orgasmo.
Con resignada demencia suprimir la mirada por las cuencas de sus despojados paisajes. Palpar las yemas que tamborilean decadentes en las vetas de su encrucijada, y procurar el implante de un conjuro que, bien lo sabes,  se tapia cerca de los treinta y tres.
Atrás quedan, en trinchera, el cabello de tardes marinas y el cepillo ondulado del padre que insiste alisar una infancia.
En los callejones, las farolas tejen por encima de tejados y gemidos su línea intermitente hacia el fondo de la oscuridad. Y ahí la obertura. Oh! La Gran Obertura. La primera máscara ganada al iniciar el desencuentro, la primera masacre de gestos entrenados. Un globo hincha la infamia y el baile continúa sus pasos hacia otro encuentro, siempre nuevo, siempre la misma esfera proyectando oblicuas carcajadas.
Luego el milagro, insignificante amigo de la incredulidad. Los señores rezan en el salón, junto a sus estanterías, cambios de matrícula para las enfermedades mortalmente venéreas. Las flores trashuman promesas en las perforaciones de los necios. Y tú esperas, como un dispuesto centavo, débil pero de inagotable carruaje, la piedra afilada que desangre una gota de miel  en tu ceja herida, pegajosa astilla en cautiverio de tu velo.
Hasta que se quiebra un reducto, un desagüe que anida al río que baja quieto a poner acento a la caricia que deja vibrando tu entrepierna.
Entonces desquicia tu madre y tus hermanos mean mientras besas la herencia que hierve una serpiente, y ambas, en cada escama, ganan algo de pureza.
Pero vuelve el salmo. Y lo devuelve todo. Todo lo venga. Vierte en sus palabras de espiral el vacío hechicero, simiente que llueve su materia estercórea entre los dientes de los muertos.
Te dejas arrodillada frente a la multitud abierta, y otras latitudes te demandan, te lamen, te corrigen y, obedientes, reclinan sobre el altar los escombros de tu propia vegetación.

III

Gira tu cadáver, limpio en transparencia de diamante. Gira, y encaja los dientes a la vela de horizontes en llamas. Sellos postales sobre los sexos de las niñas que marchitan su entusiasmo a la primera bocanada de orgullo.
Eléctrico latido de perro que toma por sorpresa al espectro detrás del escenario. Nada sobra en este valle enmarcado de ausencias. En cada pueblo rumia
una noche líquida. En cada palabra de viajero el viento deshila transmisiones eléctricas y ondas de estambres que alcanzan la podredumbre de una promesa.
En cada puerto un nativo implicado al olvido.
Todo inició cuando las ratas comenzaron a abandonar las cicatrices a punto de hundirse en la miseria de Mayo. 
Cada despedida desplazó constelaciones, desperezó lentamente la huida de cada línea y cronometró los lugares que validaron la gloria del infierno.
La estela de los huesos en el desierto.
La plaza a rabiar con sangre fresca todavía de antiguas faenas, húmeda la hierba en un campo de espejos, nombres fechados, coordenadas que apuntan a la nulidad, navegación gratuita entre meridianos de semen pardo y paralelos de ojos evaporando alguna alucinación permisible.
Y tú. ahí. Hundiendo el centro. 
Quedan los orificios por los que se multiplica el intento; las piernas amputadas en el cubo de basura.
Estoy esperando. Me arrastro a la espera de otro salto de caballo. Y no llega el tiempo. No leva anclas. No iza ninguna pregunta. Renuncia a sus deberes de madre en celo. Espero, y Jesús es el carpintero que detiene el cielo con clavos de estrella. Espero la resurrección de un margarita que ha sacado a secar su voluntad a la luna abierta. Estoy esperando al destierro de tu imagen,  y a que ésta necia oscuridad germine de una vez por todas en el cuervo
y lo eche a andar.
Pero no cede la cremallera del frío. No has muerto todavía.
El círculo ha olvidado su punto de partida.

IV

La semilla que se tiende en tu recinto llegó hasta ahí con su vuelo más largo;
el de tu vientre y su fermento temprano que toca los dedos de otro ansiado nacimiento.
Como un frasco transparente en el fondo del pantano, sujeto los clavos de mi último respiro. Mientras tanto, en la cocina, tus manos quietas entrañan fuego en las hornillas del tiempo.
Un impermeable signo de admiración se escurre en la ciénega de nuestro desencuentro. Yo voy dejando en el descenso paralelo cuatro círculos heraldos de otras inscripciones, más cercanas, humillantes.
Y a ti, el espejo te multiplica la nueva noticia; bajan trémulas tu costado raíces de fríos reconocibles; tejido floral de burbujas con que se crea tu piel de sencilla tan perfecta, sin viaje, pero con un motivo de lunas adheridas, señales proféticas de un regazo abierto al borde del estuario.
Las farolas que mecen el sueño de quienes hemos muerto, no son doctrinas más plateadas que los anteojos del insomnio.
Las madres pierden su orientación en cada cordón de estrellas.
Una mandarina en el centro de la mesa te hace temblar y reviven en tus estanterías los campos y las astillas, minas del hombre aquél que fui, clavada su piel todavía a la palma de tu tacto.
Mi rostro dibuja, cicatrices blancas en tu rostro.
El incendio que asoma detrás de la cortina no es presagio, ni forma colores para saciar las pupilas que miden los ejes de mis pasos.
Ya habrás aprendido a deletrear un silencio con los dientes clavados al borde de la sábana. Y el secreto es diez veces más sólo tuyo; delineado por la tempestad de lo evitable, y no hace falta nadie predecible.
Al resto del camino lo reviste el sol y a la mentira la razón.
Reverdeces, preñada de destino, y para mi no hay principio posible que pueble la esperanza.
La vida desde ahora será sólo volver a cerrar los labios de cada amanecer.

Minusvalías

“El viento sopla fuerte
entre los pinos
hacia el comienzo de un pasado sin fin;
escucha:
ya has oído todo”
Poema Zen

IMÁGENES
Las imágenes se suceden a sí mismas
despidiendo la posibilidad de un principado.
Irrepetible territorio que sólo permanece
falseado en su propia reconstrucción.
Ahí esperan una señal, un roce de caminos,
un hacha, un color.
Olvidado su origen no tienen figura que las recoja;
de ahí su herida y su eternidad.

  
PALA DE AGUA
Pala de agua
con que se cava
               la fosa
sepulcro del viaje
Un remo roto
ya no empuja
a nadie
flota con su promesa
a la deriva
del río que ha olvidado
el mar al que conduce.


EL POLVO
Con diminuto pulso propio
florece el polvo
flota
atravesado por la luz
que lo sostiene
punto a punto
   sin desertores
danza la armonía
de su conjunto
cada giro roza
crece
nuevas vías
avanza
arcos
                  bordes
eleva
cristales de serpiente
               retrocede
 levanta el silencio de un latido
mientras nubla su ritmo
 después
     cadente de sí mismo
                           resbala
               suave
   sin tocar nada
sombra táctil
   que vuelve                -casi quieto-
a tender su espera
sobre el próximo
golpecillo de aliento.


LA TARDE 
La tarde improvisa un relámpago
y lo ahoga para evitar sobresaltos
El aire busca a tientas
por cualquier lado
y no quiere
o no atreve
un engaño

Lo que hay fuera en la ventana no es más que otro cuadrado colgado

Las paredes se humedecen
Se estremece el gato
El olor de tu retrato blande en una percha
al fondo del armario
El bolígrafo suplica
su correspondencia
al frío y descubre
que de pronto está temblando
  
El domingo inventa un nuevo hastío 
y nadie va a abrir
a la lluvia
que llama
obstinada
en el tejado.

  
LA GOTA DE AGUA
Gota a gota
sobre la loza
cae de nuevo
haciendo eco
en el silencio
La gota
de frío aliento
La gota que cava
paciente un agujero
Esa
y no otra
Cómplice lasciva
Gemela del sueño
La gota que ríe
la gota que antorcha
la gota que escarcha
la gota que insomnia
La gota minuto
la gota que clava
        la que subraya
interminablemente
intermitente
La gota que rasca
      que muerde
      que arpa
La que se pierde en cada arribo
y se descubre en el siguiente
Esa
y no otra
La gota vuelta de faro
La gota destello
que registra hasta el último resquicio
de párpados  cerrados.


LA CAMPANA
Altar tambor
Altar hoja de lata
Zumbido en hielo
desde la torre más alta
Se expande
extinguiendo
el círculo de su llamado
Transita reflejos de plegarias
en coordinada súplica
y anuda
-una a una-
del pueblo entero 
las infamias
Impasible campana
Hila y lustra
el silencio
   de todo lo que toca
cuando pasa.

EL GRITO
Hay un grito a punto
   de comenzar su diario
una mano a punto
   de la electricidad
a punto una máscara
   de saltar sobre las vías
un lirio
   a su libélula
a punto de devorar.
Y la vida se nos viene encima como una lluvia de colores en trocitos de papel
sin ninguna coherencia donde encajar las manos.


               EL LABERINTO
A veces amanece cuando no debe
Tirita un encuentro en las yemas de los ojos
 Camino con pies cristales                       galería de ángulos redondos
y abre un laberinto su abanico de pánico
Del holocausto a la flauta un silencio
                                                               un fragmento
La condición lineal del cuerpo torcida a varios planos
impares                                       camino de
mordemos pies ajenos para encontrarnos
            galería de ángulos redondos
besamos corredores  donde hemos quemado un escenario
   Un vaso de vino metido en la garganta ahoga al mundo
Duelos de marfil                    De mástiles de luz               
 desatan burbujas                               timones en tránsito
             Sucede
Cuando te has cansado de apretar los párpados 
contra el grito de una lluvia que falta     
Nunca hay camino            pies cristales
suficiente o recorrido        subterráneo vínculo del alba
  
No basta la galería de los sentidos cuando el hielo
es una astilla demasiado aguda
y el vaho de un respiro es una puerta en medio
de un patio al que sobran
                                                  las esquinas
El oscuro enhebra dosis de espanto      eleva andenes desollados
desgaja rincones                                        ficciona tramas de ladrido
                   sombra
                            muecas de lata.
Las palabras centellan
                                levantan la mano
         y ninguna sabe si busca la salida
         o espera irremediable un Minotauro.